Iniciamos un nuevo ciclo litúrgico, el ciclo
B, y con él, el tiempo de Adviento,
tiempo de espera de la venida del Señor
que nos aguarda en la cueva de Belén.
En este primer domingo nos llaman la
atención dos ideas: el deseo de Isaías, para
que Dios venga y moldee nuestra vida con
sus propias manos; y la insistencia de Jesús
en el Evangelio de Marcos para vigilar nuestra
vida ante su venida.
El profeta Isaías se dirige a Dios con gran
ímpetu y deseo para expresarle unas palabras
muy atrevidas: «Ojalá rasgases el cielo
y bajases». Y es que el profeta le cuestiona a
nuestro Padre por qué nos deja vagar fuera
de sus caminos, siendo nosotros creaturas
suyas. No olvidemos que Dios nos ha creado
libres para que, cada cual, libremente, elija.
Esta elección será la apropiada cuando decidamos
acercarnos a Dios y queramos relacionarnos
con Él. Entonces, nos daremos
cuenta de nuestra debilidad, de nuestros límites humanos, de que nuestro barro necesita,
una y otra vez, de la ayuda de Dios para
ser renovado. Tener una relación con Dios
implica aceptar su Palabra y vivirla. Así,
nuestra arcilla, nuestro ser humano, llegará
a ser una vasija llena de amor trasmitido por
las manos de su alfarero.
Ante nuestro barro caído y destrozado,
no nos cansemos de pedir en la oración a
Dios que nos restaure, que nos vuelva hacer
cada día de nuevo, para que brille su rostro
sobre nosotros por medio de su Hijo Jesucristo,
que es nuestro mediador y salvador.
Nuestra tarea es mantenernos firmes, despiertos,
vigilantes en nuestro camino diario.
Estemos atentos a nuestros deseos, nuestras
inclinaciones, para discernir si son de Dios.
Tenemos un modelo perfecto de hombre, el
Hijo de Dios, que está con nosotros en la Eucaristía,
que se comparte con todos los que
se acercan a Él.
En este tiempo de Adviento, Jesús nos
invita a velar; a estar despiertos; a orar incesantemente
como lo hacía san Francisco
Javier, patrono de las misiones, cuya festividad
celebramos hoy.
Comentario dominical por: Antonia Ruiz Caballero
Mc 13, 33-37: “Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa”.
La cosa va de prestar atención, de estar en vela, de no dormirnos ante la visita tan importante que viene, especialmente en Adviento, a nuestras vidas. ¿Qué nos impide estar despiertos? ¿Qué imposibilita que encendamos la vela de la acogida, del amor, del compartir, de la alegría, de la esperanza? ¿Quién puede encender la mecha de nuestra alma?
Hasta que no nos pongamos en tesitura de ofrecernos al Padre, esa llama no prenderá. La oración nos ayudará, como instrumento privilegiado para ese necesario encuentro.
¡Ánimo! ¡Velad! ¡Encended la vela! Hasta que la gran estrella nos oriente.
Dibu: Patxi Velasco Fano
Texto: Fernando Cordero ss.cc.
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